Flora Calderón (Ensenada, B.C., 01/08/96)

Cuenta regresiva

Breve acercamiento a Cantos perdidos,
en Cuenta regresiva de Roberto Arizmendi

Flora Calderón

Me iré muriendo
poco a poco
entre oscuridad y llanto

El tiempo es instante y espacio; es silencio y palabra. Treinta y cuatro años de creación poética es algo así como nadar en un mar de palabras que proyectan acciones, imágenes que se quedarán insumisas en un volumen, que sin lugar a dudas refleja los distintos procesos del poeta. Es por ello que he elegido Cantos perdidos, uno de los libros antologados en esta Cuenta regresiva.

Cantos perdidos:

Voces que vienen de la antigüedad para lanzar sus cantos a la irónica muerte, capaz de transformarnos en árboles, entregarse a ella como a la amante que viene a renovar los labios cansados y llenos de colores que la vida nos ofreció en su manto de desgracias y su hermoso sol fluyendo cada día; es curioso este caudal de imágenes que vienen ahora a mi mente después de leer Cantos perdidos; es como si su autor trasladara a la muerta muerte, a la vida, a ver su propio carrusel de rostros, de luces envueltas en sonrisas de niños, en la entrega apasionada y tierna de unos amantes, en las villas sangrientas de jóvenes luchando por sus ideas y ella ciega y temprana podando el césped. Hay el canto matinal de una mujer que se despide al alba de los paisajes de toda su vida, esto último lo proyecta claramente el poema titulado «Entre la luna y el rocío»; cito el texto:

Mercedes se fue
así como sin muchas ganas,
con su pena de amor
de tantos años.

Amaba el canto y las sonrisas.

Lloró y gritó
tuvo también imperfecciones.
Alimentó algunos rencores
pero buscó la vida
sin embargo.

Me enseñó a deletrear
para construir poemas
encontrar el secreto
y la magia de las letras.

Pero un buen día se despidió
de las estrellas
a media noche
entre la luna y el rocío.

A pesar de que este es un poema luminoso, hay un rasgo de melancolía y sufrimiento que a fin de cuentas es un mundo qué penetrar dentro de los cantos perdidos, porque después vienen remembranzas de infancia, donde el espacio es la madre y sus paraísos en la tierra, sus amables enseñanzas de arco iris y noches abiertas al silencio, a esos pequeños miedos que se curan con amor, pero uno crece encontrando de frente al eterno temor arraigado en el alma cuando se piensa en la desaparición física, el no volver a ver un rostro, jamás acariciar unas piernas, el arriesgarse entre los sentidos y guardar para siempre lo amado.

Sentir tu imagen
muchas veces
acariciarla por siempre
hasta encontrarme loco
sonriéndole a la nada
y con tu imagen muerta.

Y así la sucesión de la bailarina de hielo enfría los cuerpos cuando el hombre tiene su alma dispuesta y su corazón lleno de recuerdos, sueños y fantasmas que andan por los pasillos de la locura, esas gafas que nos presta la noche, y que viene a despuntar en fragmentos de sol para iluminar y hacer surgir la luna en las cuencas de los ojos del poeta, quien no busca en ningún momento un juego pernicioso de palabras o metáforas complicadas, él entra a la naturaleza de las cosas, a la esencia de la palabra sin más lío que su misma vida, es por ello que en algún momento uno se encuentra en el vendaval de belleza que transmiten las palabras de Arizmendi, ya que los recuerdos fluyen sin necesidad de forzar el lenguaje, ni siquiera existe el afán de mostrar, de enseñar, sino el contar sencillamente las mil formas de su pensamiento y sentido. Porque el poeta parece a veces preguntarse a sí mismo: ¿la muerte es una llave a otro sitio?, si los besos van a abandonarlo en el último instante o si lo acompañará un beso para siempre, es más ¿por qué no? despertar una tarde edificando las paredes de una casa construida entre recuerdos y humedad como lo hace el poeta que vivirá en su muerte con la soledad y sus poemas, sueño y epílogo de un hombre dormido para llamarnos a su último aliento y cómo hacerlo si no es con la poesía.

Quiero finalizar este breve acercamiento a Roberto Arizmendi con el poema que cierra Cantos perdidos, texto en el que sumirse en el sueño podría ser en realidad estarlo y al tiempo no, para despertar de la muerte con sólo un movimiento la vida pudiera iniciar de nuevo, valga decirlo así en cuenta regresiva.

Si me encuentras dormido

No encuentro explicación
para la muerte
porque puede llegar a los quince
o a los ochenta.

Pero si un día
me encuentras dormido
sonriendo en la noche o en la mañana
como queriéndome burlar del tiempo,
muéveme un poco, a lo mejor
se me quedó atorado algo de aliento
todavía.

Sería capaz entonces
de reiniciar la vida
contigo,
unos minutos
aunque sea.

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Texto leído en la presentación del libro Cuenta regresiva, en el Salón Morisco de la Casa de la Cultura de Ensenada, del Instituto de Cultura del Estado de Baja California, Ensenada, B.C. el 1º de agosto de 1996.

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3 respuestas a “Flora Calderón (Ensenada, B.C., 01/08/96)”

  1. Héctor Martínez dice:

    Flora, te admiro profundamente. Vivo aquí en Ensenada y espero que tú tambien continues aquí.
    Hace años nos presentó Adalgisa Buentiempo. Si tienes un espacio en tu precioso tiempo, me encantaria que me escribieras unas lineas.

    Saludos

  2. aurelio pelaez dice:

    Flora, nos conocimos en Hidalgo en un taller de literatura, soy de Acapulco, escríbeme