Ediciones de la Universidad de Sonora,
Hermosillo, Sonora, México, 2003, 446 pp.
Diseño de Portada: José Juan Cantúa.
ISBN: 970-689-119-6
Epístola 4, Capítulo II, p. 57.
Epístola 5, Capítulo II, p. 61.
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4.
De aquella tibia mañana de junio, en el Hospital Santa Fe de la ciudad de México a este cálido día enmarcado en la UAM-Xochimilco hay sólo algunos pasos. Ese 15 de junio me acompañó Stendhal con su novela Rojo y negro desde el arribo hasta que el doctor llegó hasta mí para avisarme que habías nacido mujer para navegar por un mundo de infinitas posibilidades.
La vida, a fin de cuentas, es una acumulación irreversible de pasos que tiene, cada uno, su color, su tono, su matiz o su textura y se quedan grabados en el horizonte como lienzo donde se plasma la historia por etapas.
El tiempo transcurre impertérrito pero inexorable.
Vamos avanzando en el camino dando pasos. Un día descubrimos que podemos hacer un ángulo con nuestras piernas y queremos llegar cada vez más lejos en el universo. Surge así la insaciable sed de conocer y aprender, esa actitud de búsqueda perenne que describe y diferencia a quienes enarbolan como bandera la acción en lugar de la pasividad aniquiladora y decadente.
Una noche, así, descubriste la luna, en Tecolutla Veracruz, en medio de la oscuridad de la noche, entre el cielo y el mar, símbolos de ternura y fortaleza, cualidades que te identifican desde niña. Y otro día y otro y otro, fuiste acumulando trozos de mundo, pedazos de ocaso y aroma de las madrugadas, para darle el tono que tú querías a tus minutos.
Del bolaciclo y tus bucles a este presente, ha transcurrido tiempo en el cual se ha acumulado un haz de luces de promesa. De tus disfraces escolares aprendiste la belleza de personificar a la naturaleza, los animales y hasta las cosas, pero también a ofrecer siempre la cara al mundo sin hipocresías.
De la música suave y rítmica surgida de tu curso de órgano o la armonía de movimientos del ballet, nació el gusto ineludible por el arte, en un piano o el óleo o el trazo espontáneo o el movimiento libre; y de múltiples maneras desarrollaste tu capacidad de percepción de la hermosura en el horizonte, en objetos o en la gente.
De la adversidad o la injusticia -hacia ti o a otros- tu corazón supo engendrar en lugar de rencor nuevos espacios, cambiándole signo y sino al vendaval para tornarlo lluvia suave y fresca o viento que arrulla en la calidez de media tarde.
Un día saliste de Extremadura hacia la escuela. Esa fue una mañana diferente. Los libros habían descubierto que existías y había mucho conocimiento acumulado como para no compartir sin egoísmo las letras contenidas en sus páginas impresas. Desarrollaste destrezas, gustos y habilidades; aprendiste a escribir o leer o contar, pero fundamentalmente aprendiste cómo desarrollar tus cualidades de ser humano y entenderte en tu propia dimensión con tus limitaciones y virtudes; tu actitud frente a la vida se fue modelando y decantando.
Contra viento y marea, con el apoyo materno, la comprensión, paciencia y capacidad didáctica de los maestros, la actitud solidaria o el enojo casual de compañeros, el reto cruel y despiadado a veces pero al fin y al cabo desafío para vencerlo, y el cariño de muchos, fuiste armando la vida como un rompecabezas.
De cada nueva experiencia hiciste un abanico de riquezas y posibilidades.
Hablé a tu oído muchas veces. Entendiste mi palabra; y fuiste dando pasos seguros para aprender a tomar decisiones y ser consecuente en tus actos con tu pensamiento. Yo sólo quise decirte que fueras feliz; pero ser feliz es la culminación de mucho esfuerzo en el camino que significa conocimiento, precisión, audacia, certezas, congruencias, valores, actitudes, disposiciones hacia la vida y mucho más… La felicidad exige como preámbulo la plenitud; y antes, el esfuerzo personal, la acción, la decisión, el análisis de realidades y opciones, la claridad de lo que se desea y la precisión de lo que se es en la vida. A veces no atinamos a perfilar con precisión quiénes somos y qué queremos; no podemos, entonces, definir el rumbo a seguir en el trayecto. Pero lograste al fin definir el rumbo de tus pasos.
Con dificultad venciste limitaciones y pudiste reinar sobre tu vida sin recortes. A costa de lo que fuera, impusiste tus ideales y sueños a tu existencia.
Fuiste aprendiendo la vida de mil formas.
Otro día saliste de casa a descubrir el mundo. Por ahí fui yo, contigo, en silencio, caminando por senderos desconocidos del viejo continente para observar de otra manera el universo. Reflejé en mi palabra escrita mucho de mi pensamiento de esos meses, que fue la manera de estar cerca de ti sin limitarte. El retorno fue de apoteosis y festejo porque habías decantado las aristas de tu vida. En silencio reí, lloré e hice sonar fanfarrias por el nuevo matiz de tu mirada.
Después salí de casa y tú conmigo. Era una forma de tratar de encontrarle la plenitud a la vida de los cuatro y así hemos inventado otros colores; pero lo más importante es que te has convertido en una grata compañía y buena amiga con quien se comparte algo de tiempo, de vida, de palabras…
Todo ha sido siempre así: una palabra, un gesto, una experiencia compartida, una manera de reflexionar junto a ti para no imponer sino que libremente vayas aprendiendo a tomar tus decisiones. Y ahora, ¡mira!, aquí estás ya, lista para dar otro tipo de pasos en el sendero. Esa es la vida: pasos sobre el camino y mientras más firmes y seguros, más profundos y trascendentes, más plenos, más gratificantes.
Desde hace tiempo supe que podía partir sin temor alguno, porque eras ya dueña del mundo y de tu tiempo; estabas ya construyendo sólidamente tu pequeña historia.
Me solazo; recreo mi corazón de ver tus pasos.
Seguro estoy que cada día te acercas más a tu mundo de sueños y anhelos. Me alegra verlo así, porque también siento que a ese estadio he arribado yo desde hace tiempo, pero cada día como que se perfecciona o se sublima o se hace más gratificante. Siento mucha tranquilidad por ti y también por Layín. Tengo la certeza -que no la sensación- de que por diferentes caminos hemos llegado o estamos acercándonos al mundo personal de los sueños. Y me alegro que así sea. Me alegro y me siento satisfecho, consciente de que cada persona arma de diferente manera su vida y no hay existencias iguales; pero también, que cada uno debe centrar su búsqueda y sus plenitudes en sí y no en la contemplación de la vida de otros.
La belleza y la riqueza individuales surgen de la certeza de estar en el camino correcto de acuerdo con lo que se piensa; y eso, solamente es del ámbito individual. Nadie puede saber a ciencia cierta el fondo esencial de la persona y sus motivaciones sino la persona misma (y, en ocasiones ni ella misma con certeza y precisión en un primer momento).
El reto es apropiarse de la vida personal y moldearla al gusto individual, no al gusto ajeno, aunque sea el de los cercanos. Y nunca, sobre cualquier circunstancia, hacer depender la vida personal de la vida o los valores de otros.
Me agrada mucho ser partícipe -que no sólo testigo- del arribo a esta etapa de tu vida.
Con el mismo gusto que aquella mañana de junio grité de alegría, hoy celebro verte erguida, segura y altiva ante el mundo, concretando deseos y coronando esfuerzos. La vida no es fácil, pero puede ser siempre grata si así lo deseamos y si no dejamos que la adversidad o las dificultades nos subyuguen o aniquilen.
Gracias por la alegría que me obsequias hoy y muchos días. Gracias por permitirme que el orgullo anide en mí; orgullo que surge de haber participado en tu existencia, de verte crecer, de entenderte, de quererte, de saberte… de tener la certeza de que siempre estaremos cerca, independientemente de las circunstancias.
5.
Hoy es un día único en tu vida; en este tiempo preciso se encuentra la dicha inmensa de llegar a la paternidad objetiva. El nacimiento de un hijo es el punto de mayor gozo de los seres vivos que habitamos este planeta. Es difícil de explicar por qué sucede así, siendo que a lo largo de toda su existencia, cada persona va acumulando una enorme cantidad de momentos preciosos y plenos que producen inmensa alegría, pero sólo es posible entenderlo cuando se vive. En este momento de tu vida quiero estar contigo, cerca de ti, con el enorme cariño de padre, de la misma manera en que he estado en muchos otros momentos.
Sentirás la dicha inmensa de escuchar los primeros llantos, los primeros balbuceos y la expresión dichosa de estar viviendo en el mundo externo, fuera del vientre materno. Sentirás sus latidos como un reloj que marca los minutos de tu existencia; así se siente en la vida: los latidos de cada hijo son como el segundero de un reloj que está sonando como reiteración y reafirmación de que ahí está una vida que va paralela, en un tiempo y por diferentes caminos; en otra época, pero siempre cerca, a pesar de distancias, horarios, circunstancias y geografía.
Ahora, ante estas nuevas circunstancias, he repasado mis experiencias de paternidad, hace más de veinte años, aunque pareciera que fueran muy recientes; es que el amor da una connotación especial a cualquier hecho y ustedes, Nayeli y tú, son eso: amor, productos del amor y nichos de amor en sí mismos, porque en su ser y su existencia vive el amor, nuestro amor, el amor de tu madre y de tu padre. Amor que se reitera a diario, amor perenne, al infinito, que crece y se reafirma cada instante, sin importar lugar o situación o circunstancia.
Los dos nacieron bajo el signo del arte: Nayeli entre la lectura de las páginas de Sthendal y su novela Rojo y negro; tú, entre las notas musicales de Serrat en su disco con los poemas musicalizados de Miguel Hernández, recién comprado el cassette sólo unas horas antes.
La noche que naciste, aquel 30 de abril de 1976, tu mamá fue a sus sesiones de preparación para el parto psicoprofiláctico, a los que asistía con sumo interés y entusiasmo con el aliciente de estar en plenitud de facultades, sin anestesia, para recibirte en capacidad de pleno gozo. Yo estacioné el carro a la entrada del edificio, en la Colonia Roma, de la ciudad de México, y esperé por ahí mientras concluía su entrenamiento de ese día. Leí algo, sentado dentro del carro y después caminé hasta la avenida Insurgentes y entré, al azar, en una tienda de discos (de acetato, claro; aún no había discos compactos) y compré el cassette de Joan Manuel Serrat; al salir de la tienda y dirigirme nuevamente al carro, me encuentro con las manos al viento y la voz en alto de Martha Kapustín que me llamaba con ansiedad, al acercarme a ella, me informa: «ve por tu mujer que ya está en trabajo de parto…»; subo al piso donde se encontraba Rosy y con un gesto de contención, esforzada, concluye una contracción y me dice que ya comenzó el trabajo de parto; salimos del edificio, cuidadosamente le ayudo a subir al carro, cierro la portezuela y me pide que vayamos a ver al doctor, a su ginecólogo, que la estaba atendiendo, a quien ya le había llamado por teléfono y que la estaba esperando en su consultorio para revisarla. Me dirigí al consultorio que estaba a unas doce cuadras del lugar en que nos encontrábamos, llegamos, entramos al consultorio, la revisó y prudente y cautelosamente le dice que en efecto está ya iniciado el trabajo de parto, pero que no «es para tanto», tratando de imponer calma y que nos fuéramos al Hospital Metropolitano para que la comenzaran a preparar para el parto. Salimos del consultorio y antes de subir nuevamente al carro, hace su arribo una nueva contracción que dobla de dolor a Rosy, quien aprieta sus manos en mi cintura y sentí una pequeña -ínfima- partícula del dolor de ella al lacerarme (era una microscópica muestra del dolor de ella, que gocé al sentirlo, por ti, que te aprestabas a salir al mundo). Ya oscura la tarde, el trayecto nocturno con el tránsito intenso de viernes de la ciudad de México, el carro avanzaba lentamente las veinticinco cuadras de distancia, mientras el aparato del carro reproducía la cinta de Serrat «… menos tu vientre, todo es confuso…». Avanzó todo el cassette: «Las nanas de la cebolla», «El niño yuntero», «Romancillo de mayo», «Para la libertad», la voz de un catalán que habría de dejar profunda huella de amor para toda la vida en mi existencia, como muestra indeleble de la unión de la música, la vida y el amor, que sin resabios confluyen. Por eso fue más profunda la experiencia de visitar contigo Barcelona, el centro catalán, el nodo del recuerdo, muchos años después. Llegamos al Hospital y el ginecólogo nos recibe (sabiendo del tránsito de esos días y a esas horas, y conociendo lo avanzado del trabajo de parto, tomó un atajo para llegar rápido y llegó antes que nosotros, que supuestamente habíamos tomado la línea más directa y rápida); una silla de ruedas esperaba a la puerta, por instrucciones del doctor; yo recibo la indicación del médico de ir a cambiarme para entrar al parto, Rosy recibe atención para quitarse sus ropas y ponerse la bata clínica e ir directo a Sala de Expulsión, pues no daba ya tiempo para los pasos previos de limpieza y preparación «… menos tu vientre, todo es futuro…»; las indicaciones recibidas por Rosy era esperar, contener hasta el extremo posible de sus fuerzas la contracción para aguardar a que yo llegase y estar en el momento del parto. Al llegar yo a la Sala de Expulsión y estar a la mitad de una contracción, Rosy recibe indicaciones de aplicar las enseñanzas de respiración y de pujar con fuerza para ayudar a la expulsión, sin embargo, la contracción concluye para retornar después de un breve lapso. La instrucción es contundente: es el momento de ayudar; ella sabe qué hacer, ha aprendido a pujar y a empujar, a respirar en cierto ritmo y frecuencia; yo estoy a un lado de ella, tomando con mis manos su cara y acariciando sus mejillas y su pelo. Y ahí, en ese momento, surgió la luz, un momento inédito e irrepetible, cuando tu cara sale del cómodo aposento que te abrazaba, para encontrarte con otros brazos, otras manos, que te acarician y ayudan en tu tránsito definitivo para arribar al mundo de amor que te aguardaba. Un último empuje de Rosy, sales completo, te toman con cuidado, te levantan de los pies, cabeza abajo, cortan el cordón umbilical que marca el preciso instante en que eres libre ¡ya!, un ser completo, individuo, singular, masculino, único, engendrado en el amor, nacido en el amor, para el amor, para la vida, para la libertad; «… para la libertad, sangro, lucho, pervivo… como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a los cirujanos…». Y en uso de tu voluntad orinas al mundo, al médico, la sala, el piso, inundas el espacio con tus sonidos y tus líquidos en un mundo que te espera. El gozo de Rosy mitiga todo dolor que existe en su bajo vientre; es más grande la dicha de tenerte que las heridas voraces que laceran; ahí estabas ya. ¡Nació Layín! Le dije, y te pusieron en su pecho para que tú reconfirmaras con el olfato su presencia. Y yo… sólo observando, con una mirada de amor impostergable, con el gozo inenarrable de tu encuentro, de saberte vivo, de saberte libre, adivinando los años que vendrían. «… al verlo venir se han puesto cintas de amor las guitarras…»
Después fueron las horas en que empezaste a demostrar quién eras: tu llanto, tu voz, tu risa, tu carácter, tu forma personal en cada acto. Aprendimos a darte de comer, a bañarte, a vestirte, a dar la mano para tus primeros pasos, a quererte… Y aprendimos, también a respetarte.
Ahí empezó a crecer, cada día, el amor que es infinito.
Hoy, a mucha distancia por la geografía, pero cercano por el cariño enorme que nos acerca siempre, he querido estar presente en este día y en esta forma, sólo observando y dejando que seas tú el actor; es otro día, otra etapa. Ahora tú eres padre, tú eres el padre. Yo me inauguro abuelo gracias a ti, guardo distancia para ver tu gozo, tu dicha, tu plenitud -que la adivino- y encuentro en ello, también, mi propio gozo, mi dicha, mi plenitud de padre que trasciende, mi certeza de abuelo que hace cita en la historia para dejar constancia de esta hora.
¡Estoy ahí, contigo, en Niza!, para reafirmarte mi amor, mi compañía; la dicha de saberte mío y mi gozo de saber a tu hija, también un poco mía, por ti, por tu cariño.
Te doy un abrazo y un beso para transmitir mi alegría de que existas y de que exista tu hija, y también un abrazo a la madre recién inaugurada.