Ediciones del Instituto Tecnológico de Hermosillo,
Hermosillo, Sonora, México, 1997, 293 pp.
Epístola 76 pp. 153-155.
Epístola 66 pp. 114-118
Epístola 67 pp. 119-123.
Epístola 75 pp. 147-152
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76.
No pedir nada, no exigir más de lo que se pueda dar o más de lo que se recibe, es virtud humana.
Frecuentemente la teoría rebasa, y con mucho, la realidad tangible. Se dice que somos herencia y circunstancia; se dice que el azar nos determina, se dice que la casualidad está al acecho y nos transforma el rumbo.
Sólo el presente es realidad. Sólo el instante que se vive es indubitable.
Todo lo que es coincidencia o circunstancia puede sugerir, condicionar, determinar o propiciar belleza en el instante. Lo único no sujeto a duda respecto a su existencia como realidad incuestionable es precisamente el contenido del instante que se vive, a excepción de que tal instante sea sueño, alucinación o locura.
El momento que se vive es la única realidad. Lo que pensamos y sentimos, lo que decimos y hacemos es lo que realmente le da esencia y contenido a ese presente.
El sentimiento es libre y se convierte en vida.
Un acto, nuestros actos, surgen de la espontaneidad que se genera en la razón o el sentimiento; espontánea debe ser la expresión de ambos y más rica es cuando no se recibe presión o exigencia externas.
Qué hermoso es leer la sencillez de una palabra que es declaración expresa de libertad y espontaneidad: no exigir, no pedir nada, para que el dar sea esencia en la expresión del pensamiento y la emoción del sentimiento. Así debe ser la vida para que en uno, en ambos, en todos, se dé la plenitud de vida: no exigir, no dudar, no condicionar, no reclamar, no esperar (algo concreto y específico). Y contra eso, sentir. Sentir es poner en juego los sentidos para fundamentar la razón; es ejercer y aplicar los sentidos con toda y sólo la capacidad que sea posible (no más, pero tampoco menos), de manera que el erotismo le dé matiz esencial a la razón y el pensamiento, y elimine la frialdad que puede sesgar su contenido y convertir en erráticos los actos que de ellos se deriven.
El erotismo es capacidad, empeño, disposición y posibilidad de lograr el gozo a través de los sentidos, en todos los ámbitos de la vida humana. Tacto, oído, olfato, gusto y vista son la gran maravilla de la naturaleza humana, que en conjunción con inteligencia, libertad y acción, hacen del hombre la figura central y suprema del universo.
No ajustarse a moldes de perfección es lo que enriquece a la humanidad como género. De ahí surge, sin embargo, la necesidad del hombre de prefigurar la perfección como meta; de ahí el origen de crear el concepto de Dios como perfección incuestionable. Pero también surge el concepto humano que juega como equilibrio mundano, como contra-valor respecto a Dios o éste con respecto al hombre, porque al alejarse cada persona, como individuo, del marco de perfección ejemplificado en Dios, se crea la diversidad, que es riqueza en sí, bondad cotidiana porque la experiencia diaria de esa diversidad rompe con expresión acabada, estática e inamovible del concepto de perfección que maniata y desestimula. Sin embargo, si el concepto de perfección adjudicado a Dios es genérico y no preciso, entonces cada persona -como individuo, como único y diferente a los demás seres del universo- es quien establece y determina su propio concepto de perfección a partir de sus capacidades, intereses, valores, cualidades y circunstancias.
Pero lo más importante y valioso de todo esto, es que aquí estamos, en este presente, con nuestro pensamiento y nuestros sentimientos, sobre los cuales no abrigamos duda.
Estamos haciendo de cada día una expresión espontánea de nosotros mismos para no exigir pero sí, en cambio, dar y compartir sin límites lo que tenemos, lo que pensamos, lo que sentimos; con gusto y con realismo.
Construimos, así, la vida que queremos, la historia personal, siendo consecuentes con nuestros sentimientos, pensamientos y actos.
Vamos, entonces, avanzando en la vida construyendo en y con cada momento el camino, el cual por definición es siempre impredecible.
66.
La importancia y trascendencia de soñar queda manifiesta, nuevamente, en «1492. La Conquista del Paraíso», película de Ridley Scott, producida en l992.
No es un asunto nuevo. Sin embargo, recordar valores fundamentales de la vida, plasmados en diversas manifestaciones del arte y la cultura (entendida, ésta, como todo aquello que el hombre crea a través de sus diversas expresiones de vida), es verdaderamente grato y estimulante.
Soñar es una facultad o capacidad del ser humano que le caracteriza y condiciona su vida toda.
Cuando el hombre conserva esa capacidad de soñar, de crear su mundo deseado a través del sueño, es señal de que tiene aún facultades creativas que le permitirán trascender; sólo es cuestión de que convierta el sueño en realidad.
El sueño es personal; único y propio.
En voz de Colón se pone un adagio fundamental: «…soy marinero y no nos gusta que nos digan a dónde y cuándo ir». El ser humano tiene que decidir como los marineros a dónde, cómo y cuándo ir; qué construir y cómo hacerlo; cómo construir la vida cada día.
Somos marineros; avanzamos en la vida, decidiendo el camino y decidiendo sus características esenciales. Nadie es dueño de la vida sino uno mismo. «Somos andantes sempiternos», dije un día.
Lo único exigible es avanzar; no quedarse cruzado de brazos, ni esperar a que el viento conduzca el barco. Hay que tener la capacidad para colocar las velas en el sentido del viento y en el sentido de la decisión personal.
Cada quien tiene su valor y su orientación exacta para la meta, el logro y el deseo.
¡Que no nos quiten el timón para dirigir el barco, nuestro barco, nuestra vida!.
Habrá que avanzar a pesar de los demás, a pesar de la indolencia o la negligencia de los demás, a pesar de la carencia de emociones, asombros y sueños de los demás. A pesar de los condicionamientos y limitaciones que los demás soportan o toleran.
No podemos tolerar la indolencia nuestra, no podemos permitir que el viento nos conduzca a ser veletas que nos mueven a placer o capricho ajenos.
Uno de los aspectos más valiosos del ser humano es su capacidad de SER, de definir su rumbo.
«Tú me recuerdas el prado de los soñadores» dice Silvio Rodríguez. Y habremos de pelear lo necesario para soñar y para construir el sueño cada día.
Nos habrán de censurar, nos dirán que somos idealistas y hasta facinerosos, sólo porque no pensamos igual que los demás.
«Es aterrador ser el primero en hacer algo (diferente, novedoso, distinto, en la vida)» -dijo Colón-, pero tendremos que ser visionarios y vanguardia en un mundo de repetidores, de gente que sólo es capaz de hacer lo que los demás hacen, sin atreverse a modificar reglas y normas sociales vigentes, y entonces no son innovadores, transformadores de la vida y del mundo.
Un día, hace ya muchos años, Lou Andreas Salomé nos dijo que «Al empezar a hacer lo inaceptable, se está en riesgo de comenzar a ser humano». Y es cierto, la gran cualidad del ser humano es su posibilidad de ser diferente, de no hacer lo que la gente hace porque se le ha dicho que eso es lo aceptable, y entonces se convierte en lo único que puede hacer. Eso es vivir encadenado; ser intrascendente.
Tenemos que tomar la sentencia de los indígenas americanos que no tenían en su vocabulario el término pecado porque se permitía, socialmente, ser y expresarse, vivir sin cortapisas, con la posibilidad de vivir con espontaneidad y libertad.
Ser libre es un arte.
La libertad no es un estado; no se está libre. Se es libre o no se es libre. Un individuo es libre o no ES.
El ser está en relación directa de su capacidad de vivir en libertad y en plenitud de vivir, de sentir, de hacer, de trascender, de equivocarse, de actuar para identificarse consigo mismo y construirse cada día.
Los sueños, finalmente, tenemos que vivirlos; hacerlos realidad viviente, experiencia que se fortalece con el conocimiento y la comprobación de lo palpable.
No es válido ver; solamente ver para sentir, porque uno sólo de los sentidos no puede dar la plenitud; hay que ver, escuchar, oler, sentir, tocar… trascender a través del acto que nos realiza como seres humanos -seres imperfectos en búsqueda constante- negados a validar lo que otros vivieron, porque está por encima de todo el deseo de vivir; de VIVIR, para ser capaces de realizarse en plenitud a través del acto vivencial que se experimenta cada día y cada momento de la existencia.
Quizá lo más importante sea la realización. Acto concreto de creación, que significa hacer realidad lo que se piensa o sueña. Por eso es importante actuar y construir lo que se quiere.
Hay hombres que se quedan en el deseo o el ideal sin ser capaces de convertirlos en realidad palpable y trascendente. Habrá que ser capaces de HACER, de convertir en realidad los sueños. Esa es la verdadera riqueza de la humanidad, no los tesoros ficticios del dinero y los metales. «Las riquezas no enriquecen al hombre, sólo lo ocupan más», se dice en la película. Y es cierto.
Decir todo esto es, a fin de cuentas, repasar ideas y modos de enfrentar la vida.
Cada uno vamos diciendo y haciendo; expresando de muy diversas maneras nuestro ser, para que los demás lo capten, lo analicen y decidan. Algún día, cuando yo no esté presente por cuestión de calendarios de vida, quedarán mis palabras. Este es mi obsequio, mi testimonio y testamento. Lo que deseo es la plenitud de vida para aquellos a quienes quiero.
Alguno de mis hijos o discípulos, entonces, escribirá mi biografía. En ella habrán de colocarse las ideas que fueron motor y estímulo constante, sugerencias para ganarle al mundo sus secretos.
Mas lo valioso, ahora, es lo que vivo y transmito; lo que digo de noche o madrugada, a través del sonido o la palabra escrita.
Dejo constancia de mi tiempo, de mis creencias y mis sueños. Sólo para quienes creen y han creído en mí. Sólo para quienes, alguna vez sin conocerme, crean en mis ideas. Para quienes, en el camino, he conocido y aprendido a amar, porque creyeron en mí y me quisieron (a su manera, por supuesto), porque estoy cierto de que somos seres humanos que deambulamos por la vida ofreciendo nuestros afectos y nuestras ideas, porque es lo que puede trascender más allá de nuestra existencia sobre la tierra, porque esta existencia es efímera y hay que vivirla y compartirla para que tenga sentido y razón de ser.
¿Qué puedo pedir? Un minuto nada más para decir esto. Para pedir que se entiendan cabalmente y con precisión estas palabras que dicen algo de mí y me reflejo en ellas.
67.
La vida es un sendero impredecible lleno de sinuosidades, de recovecos oscuros y rincones aparentemente impenetrables. Me sorprende mucho la historia; el recorrido por el tiempo, en el cual dejamos huellas irreversibles pero a la vez plenas de colorido que iluminan el futuro.
Cuando era niño gustaba de soñar; imaginaba mil cosas y creaba todas las escenas que mi vida cotidiana no me permitía disfrutar; gozaba con ellas y entendía que a, fin de cuentas, era una manera de disfrutar la vida aunque la realidad me negara algunas cosas; mi existencia estaba llena de limitaciones en lo material, pero pocas veces en lo espiritual o vivencial, porque mi madre me enseñó la posibilidad de hacer de cada minuto de la vida una fiesta y sonreír aunque hubiera tormentas y desganos.
Descubrí, entonces, que la felicidad estaba cimentada en sí mismo y no en la circunstancialidad o en el entorno.
Aprendí, también, que las cosas materiales no son la fuente de la felicidad: hay tantas cosas que el medio ofrece, están al alcance de la mano y sólo requieren la disposición de ver, admirar, probar, oler, escuchar, ver, tocar, y a fin de cuentas de disfrutar sin temores ni rencores.
El gozo, el placer, la felicidad, residen en la disposición personal, en el interior de cada uno, y sólo hay que abrir las puertas del optimismo, de la disposición a conocer, del deseo de apreciar la vida a través de los sentidos y valorarla a través del sentimiento, la mente y la razón.
A fin de cuentas, todo está al alcance, a condición de que individualmente se desee tenerlo para poder acceder a ello; a veces, se requiere algún pequeño esfuerzo, pero la mayoría de las veces sólo abrir los sentidos para percibir y ofrecer una actitud propicia para disfrutar con plenitud el tiempo.
Mi conclusión, desde pequeño, fue que todo lo que uno desea puede ser alcanzado sólo con la disposición, la actitud y el esfuerzo personales, aunque siempre es favorable tener algo o alguien que impulse, apoye o estimule.
Decidí, entonces, que la vida es una propiedad personal y que semeja un trozo de plastilina capaz de moldearse para construir las figuras producidas en el sueño, la imaginación y el deseo.
Decidí ser constructor, moldear mi vida a la medida de mis deseos, mis sueños y mis caprichos, a condición de no afectar negativamente a otras personas, porque todos los seres humanos merecen respeto y merecen ser felices -como lo he sido- por el simple hecho de ser personas, seres humanos instalados sobre la tierra.
Los momentos difíciles, adversos, negativos o tormentosos se convirtieron en una enseñanza de la vida y en un acicate o reto para aprender a saltar obstáculos y fortalecer mi espíritu en el empeño de salir adelante y arrostrar el peligro, enfrentar los riesgos y las consecuencias, sublimar los colores oscuros del horizonte o musicalizar el silencio dominante de las horas sombrías.
Así aprendí a caminar sobre el sendero. Así aprendí de la vida su enseñanza. Así descubrí las más hermosas tonalidades de la gama cromática del tiempo.
Mis pasos siempre han querido ser diáfanos a la vista de todos, he querido no esconder lo que mi mente crea o lo que mi esperanza abriga.
He intentado no dañar a los demás y menos a los cercanos; sé que a pesar de todo, mis limitaciones que como todo ser humano tengo, a veces han generado dolor o heridas que laceran a alguien, pero no ha sido mi intención lastimar. Detesto el dolor y la violencia.
Me niego a ser promotor o incluso testigo de dolor ajeno, porque pienso que la realización del ser humano se finca sobre los cimientos creados por la felicidad y la plenitud.
Me duele también ver que otros generen tristeza o desencanto para sí o para otros y me niego a presenciar esos momentos; si está a mi alcance, intento hacer algo para evitarlo aunque no siempre sea posible lograrlo. Pero si es algo que conmigo comparten, aprecio el valor de hacerme partícipe de una parte importante de la vida personal, porque es valioso no compartir sólo lo bello o grato sino también lo adverso.
Me ha dolido y enojado ver la tristeza en mí o en otros cuando no ha habido esfuerzo para evitarla o valorarla positivamente. He renegado contra la vida cuando he sido testigo de situaciones que oscurecen los momentos de la existencia por agresión, displicencia o circunstancia. Y me ha dolido más saber o comprobar que mis actos o decisiones fueron germen de tristeza o desengaño, aún sin saberlo o pretenderlo.
He volteado permanentemente a indagar en la luna los senderos y el transcurso de la historia cuando, en lejanos parajes, sólo he dispuesto de la mente para objetivar el deseo o indagar un presente incierto o desconocido que me inquieta.
He visto la luna desde el sillón donde estoy sentado. Estaba presente la circunferencia blanca que en el oriente surgía como desde un campo oscuro que la hacía resplandecer aún más por los afectos que permanecen y se refuerzan con el paso de los días.
Me interesa la felicidad de la gente y su realización como personas.
Aprendí de la vida también adversidades, limitaciones de las cuales puede surgir riqueza si la actitud personal es de firmeza y apertura, de reflexión y empeño por construir la vida con los colores que la vida ofrece cada momento; no más, pero tampoco menos.
Veo a distancia recorrer el camino que cada quien traza con sus decisiones y pasos cotidianos.
El tiempo de permanencia física es limitado; no podré ser testigo de todos los caminos pero aún en la ausencia estaré cerca de quienes ahora, en vida, quiero, porque el cariño es magia que trasciende las fronteras que la historia marca sin consideraciones ni recatos. El cariño abre espacios que no saben de cotos temporales; se avanza por líneas paralelas como surcos de labranza que testifican el recorrido sin palabras, pero con la certeza de que el sentido del viento conduce a la libertad que el ser humano requiere para vivir, como condición inequívoca para alcanzar las metas que cada quien se traza y que lo conducen a la final realización personal como individuo, como ser único que en el universo existe.
Una sonrisa franca es una estrella que busca en el horizonte nocturno su destino. Hoy es tiempo de afanes y de lucha por alcanzar las metas que se trazan. Siempre es tiempo de reencontrar diariamente el camino y no perderlo. Cada día es momento propicio para tomar decisiones y alcanzar propósitos. Todo está en nuestras manos; aun, a veces, la circunstancia.
75.
Hace un rato estaba cenando en casa; acompañando la comida y la bebida se escuchaba un disco de Horacio Guarany, cantor de folklore argentino. Surgió la pregunta de si el cantante era, efectivamente, guaraní y si era su apellido original o era nombre artístico; comenté que era argentino y que seguramente era nombre artístico. De nuevo surgió otra pregunta: si habría nacido en el sector geográfico de donde son originarios los indios guaraníes.
De ahí, en cuestión de segundos que no formaron un minuto, pensé en los indios guaraníes, en su ubicación geográfica en lo que ahora ocupa el triángulo formado por Paraguay, Uruguay y el norte de Argentina; de ahí pasó mi pensamiento a los mayas que también ocuparon territorio que ahora es de varios países; recorrí rápidamente la historia, conté cuántos años han pasado, imaginé la enorme cantidad de personas que conformaron esa sociedad humana; luego reflexioné sobre la enorme cantidad de gente que pasa por la historia de la humanidad y en un momento nadie los recuerda, nadie los conoce, nadie supo de su existencia.
Sólo un número muy reducido de personas pasan a formar parte de la historia como seres únicos y refulgentes entre la luz del tiempo.
Concluí, entonces, sin que fuera algo nuevo, que el tiempo de vida de cada persona en el universo es finito y tan efímero, que por ello es válido e imperativo vivir en plenitud cada momento, porque al paso del tiempo seremos un punto indefinible e imperceptible en el espacio del tiempo y de la historia.
Somos valiosos por ser individuos únicos e irrepetibles, por los cercanos, por que nos aman, porque amamos, y por la plenitud y satisfacción personal que acumulamos en el diario trajín de la vida.
Es tan limitado el tiempo de nuestra presencia en el universo que no debemos desperdiciar segundo alguno, para vivirlo de acuerdo con nuestros valores y que sean plenos en función de nosotros y no de los demás.
Importamos sólo a algunas personas, y ellas por ese sólo hecho son valiosas para nosotros y deben importarnos cada momento de nuestra existencia.
Podemos tener una visión más amplia de la vida humana y entonces nos importará mucha más gente como sociedad y algo deberemos hacer por ellos, pero porque son valiosos en sí mismos, como seres humanos y también en función de nuestros valores.
A fin de cuentas, debemos ser leales a nuestros valores y ser consecuentes con ellos. Esa es la línea de nuestro camino. No hay otra, y por ella debemos andar y avanzar.
Desde ahora, poco importamos para la inmensa mayoría de la humanidad y en poco tiempo seremos un punto olvidado en el horizonte inmenso de la historia. Por más que trascendamos seremos referencia para muy pocos en comparación con los millones de seres que son y están ahora, pero sobre todo con los que han sido y estado en el transcurso del tiempo y de la historia.
Mi conclusión, entonces, es que tenemos que poner los ojos en este presente que es nuestra vida, con las circunstancias que le rodean y fundamentalmente por las personas cercanas.
Reconozco la eventualidad de la existencia humana y lo efímero de nuestra presencia en el mundo como los seres que ahora somos (considerando incluso la eventualidad o posibilidad de la transmutación o reencarnación). Somos dueños de nuestra existencia; debemos tener la capacidad para conducirla y para controlarla, hasta el extremo de decidir cuándo concluye.
A veces el tiempo y las circunstancias se nos vienen encima y creemos no poder con ellas; o bien, podemos considerar que el tiempo está llegando a su límite. En ese momento podemos llegar a la conclusión de que el tiempo está agotado por múltiples situaciones: salud, edad, condiciones para construir, crear o aportar, o bien tener la certeza de que podemos comenzar a ser un fardo pesado para los que nos rodean. Se tendrá, entonces, que decidir el futuro inmediato.
El gusto por la vida está asociado a la certeza de cuáles son los elementos esenciales e indispensables para continuar la existencia. Por ello, debemos construir lo posible, en el tiempo posible, en el espacio tangible, en la plenitud del ser.
La honestidad humana está cimentada, también, en saber en conciencia, hasta cuándo se tiene la plenitud para la vida.
En cierto modo, la vida es, también, no tenerle temor a su conclusión oportuna, decidida en conciencia, con certeza y plenitud. Cuando el ser se convierte en carga, desaparece el ser, que por definición es creador, aportativo, impulsor, irradiador de vida, y es el momento en que debe dejar espacio libre para que otros sean y crezcan, aporten, sean creativos, impulsores, irradiadores de vida. Otras historias deben tener acceso al espacio único de la vida humana, en donde deben surgir refulgentes para iluminar la vida de ese nuevo presente. La huella ahí está, ahí estará, sólo por algún tiempo, para impulsar a los que vienen detrás en esta línea sinfín de la existencia humana.
Nos recordarán por lo que fuimos, por nuestras ideas, por nuestros pequeños aportes, pero sobre todo por lo que hicimos, por nuestras obras, por lo que dejamos en otros corazones, por lo que pudimos impulsar.
Desde hace mucho tiempo dije que la vida era limitada y reconozco que la vida, efectivamente, es un espacio limitado.
De muchos años atrás no temo a la muerte; es algo que vendrá, llegará a su tiempo porque el calendario o la persona decidan. No hay un paso más o un minuto adicional. El tiempo llega en el preciso instante de la irreductible condición del ser, circunstancial o volitiva.
Lo que no debemos permitir es el tiempo adicional como contrasentido de la vida. En eso, no debemos permitirnos excesos. Qué hermosa es la vida, si tenemos la capacidad de disfrutarla en plenitud, y aceptar su no existencia cuando el reloj concluya su camino.
Frecuentemente los valores materiales o de status pueden animar a las personas y llegar hasta el extremo de considerarlos como razón y sentido de la existencia; se distorsiona entonces lo esencial de la vida. Cuando eso obtenga preeminencia, será señal de que no hay mayor sentido para continuar en esta historia.
Amo la vida; he luchado por conservarla como valor fundamental, y por ello creo que puede tener un final que no sea producto de las circunstancias. Por el contrario, las circunstancias deben perfilar con precisión el momento de su fin. Nadie tiene derecho a decidir el curso de la existencia de una persona, sino la persona misma, aun en la decisión definitiva.
La luna ilumina la ciudad, la vida, el mundo. Es noche de plenilunio.
Es una noche en la que estoy en la mayor plenitud del gozo de esta vida que es trascendencia a través de mis afectos, mis ideas, mis palabras y mis actos. No se piense que mis palabras son producto de tristeza, decepción o nostalgia, sino la conclusión de plenitud que vivo y que no permitiré se altere, mengue o limite.
Con una enorme felicidad comparto estos pensamientos.
Si de algo estoy satisfecho es de haber hecho lo que debía y me correspondía, lo que fue consecuente con mi pensamiento y mis valores. Siento, por ello, que no tengo rezagos ni pendientes. La felicidad anida, de verdad, en mis archivos; es el aliciente cotidiano de mi existencia. He construido lo que me correspondía, he amado en la cantidad y calidad que mis capacidades lo han permitido, he sido honesto, he sido consecuente, he compartido lo que en mi vida he acumulado, he escrito lo que de mi esencia ha surgido para que los lectores -los demás, cualesquiera que estos sean- lo lean y encuentren en ello lo que les estimule y aliente, no he dejado que se acumulen asuntos pendientes en mi vida; ¡estoy al día! Puedo partir en cualquier momento sin remordimientos ni pendientes, pero seguro de que quienes se queden sabrán andar por el sendero y dejar sus propias huellas.
Cuando me vaya, estaré tranquilo, porque sabré que el futuro le pertenece a quien se queda. No hay nada que me ate a este calendario. Desde hace mucho tiempo he decidido y tratado de estar al día. Por ello, estoy listo para partir en cualquier momento, sin remordimientos ni nostalgias. He aprendido el valor del presente y he querido transmitirlo a quienes me rodean, pero sobre todo a quienes el afecto me ha hecho sentirlos cerca en todo momento. Mi palabra está escrita, y es algo de lo que me siento orgulloso; desde pequeño quise dejar constancia y ahí está, como tinta indeleble que no se agota con el tiempo. Siento la satisfacción de haber pensado lo que debía y hecho lo que podía; pero sobre todo de haber amado mucho, todo, en el momento preciso y con mi propia capacidad de expresión. Estaré siempre en objetos, palabras escritas, pensamientos, grupos o personas; sin importar la finitud de mi presencia, porque estaré sólo hasta que sea necesario, útil o preciso; mientras mi presencia como recuerdo tenga sentido y aporte algo. Quedaré satisfecho de haber podido ser y estar mientras mi presencia tenía razón de ser. Lo que es adición de lo esencial no tiene importancia nunca.
La vida es un secreto que debe descubrirse cada día, hasta el último de la existencia.