Josu Landa (Culiacán, Sin., 21/05/93)

Camino sin retorno

En la senda de eros

Josu Landa

Camino sin retorno ratifica una trayectoria poética que ya puede considerarse como amplia y consolidada. La pluma de Roberto Arizmendi es un manantial del que han brotado, en un tiempo relativamente breve por lo menos seis poemarios y dos epistolarios, desde la aparición de Las cartas del tiempo, en 1981. Tan grande prodigalidad puede parecer sorprendente en una biografía que, como la de Arizmendi, también tiene obvias dimensiones prosaicas. No se debería olvidar, sin embargo, que grandes cultores de la palabra, como Kafka, Wallace, Stevens y Gorostiza -y se podría mencionar a muchos más-, tuvieron que ingeniárselas para compaginar su pasión poética con el trabajo asalariado, en menesteres de muy escaso o nulo estro.

Toda pulsión poética es en si misma meritoria. Lo es más, cuando debe abrirse paso en medio de una amplia gama de adversidades. Cuando esto sucede -como en el caso de Arizmendi- es que estamos ante un fulgurante triunfo del Amor. Para decirlo con vocablos caros al Platón de El banquete, la gozosa conversión del poeta Arizmendi en symbolon lo impulsa a un reconocimiento y una búsqueda irrefrenable del Otro-Otra, de quien tanto nuestro poeta como todos los amorosos necesitamos, para ser hombres completos o estar más cerca de serlo o, cuando menos, creer que lo somos. El «camino sin retorno» es, sin duda, ese hilo frágil de recuerdos e ilusiones que damos en llamar «vida», pero también es la ruta permanentemente andada y desandada en la búsqueda de la otredad, que es también la búsqueda de uno mismo. Atreverse a caminar es prueba de estar vivo. Más todavía, cuando se transita por el derrotero de la palabra inasible, que apenas se deja acariciar mientras accede a ser el puente más luminoso que podemos tender a lo que nos rodea. Pues, como ha advertido Canetti, «sólo los que han muerto se han perdido completamente los unos a los otros», a partir de ese «nosotros» desde el que casi siempre habla. De ahí, también, el frecuente recurso a la digresión dando otro aliento a la continuidad del discurso propio, íntimo. Dadas esa raigal vitalidad y esa entrega al mundo, se infiere que el «camino sin retorno» que poetiza Arizmendi no puede ser sino la senda de Eros.

Esto es lo que, por otra parte, explica la superación de la vieja contraposición entre la lírica y épica, en la poesía de Arizmendi. Como es bien sabido -y Pound es uno de lo que subraya esta verdad-, la épica comporta una inevitable remisión a la historia. En este libro, nuestro poeta acude con frecuencia al encuentro con la historia, como se evidencia en casos como el poema titulado «La ciudad». Pero lo hace con la fuerza y el certero empeño del sentir más íntimo y auténtico; es decir, desde un fondo genuinamente lírico:

Con todos estos años
ya tienes mi sabor, mi vida;
ya sólo te falta que te quedes
con mi muerte.

Así es como Arizmendi puede recurrir con provecho al ardid expresivo consistente en fundir la biografía personal con la historia del mundo y la suerte del género humano. No es, pues, extraño a estos poemas cierto tono cósmico, como el que aflora en esta estrofa del poema «Invitación»:

Como dos gotas niñas
vamos a buscar
los campos sombreados
para engendrar la especie.

Como ya debe de haber sospechado el lector, este libro de Arizmendi -cuya división en las secciones «Las huellas de la historia», «Amor a todas horas», «La búsqueda continua», «Rastreando por la vida», «Dolor y despedida» no hace sino corroborar una sólida unidad de sentido- obedece a un compromiso con los eternos valores humanos. Ello no niega un apego a las exigencias formales del trabajo poético. Estos que también pueden ser tenidos como «cantos de vida y esperanza» no se detienen a distinguir entre lo ético y lo estético. Antes bien ansían sorber la bullente riqueza de la vida. Por eso es que, como Novalis, Arizmendi ha descubierto que «la poesía actúa y reina por medio del dolor y la excitación, por el placer y el displacer, el error y la verdad, la salud y la enfermedad. Mezcla todo para el gran fin de todos sus fines: la elevación del hombre sobre sí mismo…»

 

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Texto escrito en septiembre de 1992, base para los comentarios expresados en la presentación del libro Camino sin retorno, realizada en la «Casa de la Cultura» de la Universidad Autónoma de Sinaloa, Culiacán, Sin., el viernes 21 de mayo de 1993.

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